jueves, 24 de septiembre de 2009

Diario La Nación. Nota de Carlos Pacheco

Juego creativo a partir de un rico mundo femenino
Buena dirección de Andrea Chacón Alvarez


Dos mujeres de distinta generación, dos mundos en apariencia opuestos, pero que, por competencia, necesitan ligarse, parecerse, hasta llegar a una simbiosis que aparenta terminar enfermando a esos seres.
Las Carolinas comparten un departamento que se encuentra en estado deplorable y allí, copian y repiten hábitos conocidos y, seguramente, recreados en más de una oportunidad. Pero hay algo que las conmociona y, a la vez, las enfrenta: la aparición de un hombre. El les posibilita escapar un poco de la otra para buscar mayor entereza en lo individual. Pero claro, dada su simbiosis, muy poco podrán hacer frente al ser masculino. Ninguna de ellas parece capaz de adquirir una verdadera identidad.
El texto de Laura Córdoba expone un juego muy creativo a partir de ese mundo femenino, que quiere ser personal, pero que no puede serlo porque la imagen de la madre, la hija, la amiga o la simple compañera, parecería no permitírselo. Siempre se hace necesario reconocer en el cuerpo, la imagen o las ideas de la otra, aquello que falta o se necesita para ser alguien; no ya mejor, simplemente alguien. ¿Qué puede hacer un hombre en estas circunstancias? sólo potenciar los defectos, las necesidades de esas mujeres y ponerlas en crisis.
La puesta de Andrea Chacón Alvarez es muy atractiva porque construye una fuerte relación entre los personajes femeninos y descubre, en cada uno de ellos, esas cualidades, esos gestos, esas actitudes que las definirán a la perfección y que posibilitarán al espectador tomar plena conciencia de quiénes son verdaderamente. ( ) Son intensas las recreaciones de Andrea Vázquez y Maitina de Marco.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Las Carolinas en Página 12 por Facundo Gari

Domingo, 17 de Mayo de 2009

TEATRO › LAS CAROLINAS, DE LAURA CORDOBA Y ANDREA CHACON ALVAREZ

Un melodrama narrado en interiores


Dramaturga y directora de la obra ganadora del Premio Argentores de Teatro Semimontado en 2006 exploran la conflictiva relación entre dos generaciones de mujeres. “Trabajamos sobre cómo se borra el status de madre e hija”, dicen.




Andrea Chacón Alvarez y Laura Córdoba conversan, divertidas, mientras el fotógrafo les pide que posen. Y no es que la bebida haya surtido repentino efecto: apenas mojan sus labios en el tinto. Sencillamente, son amigas. Se conocieron hace cuatro años en un taller de dramaturgia dictado por Marcelo Bertuccio, donde germinó la obra Las Carolinas, “melodrama de interiores”, que se presenta todos los domingos a las 21.30 en Puerta Roja (Lavalle 3636) y que resultó ganadora del Premio Argentores de Teatro Semimontado en 2006.

... Casi al unísono, cuentan cómo fue aquel ejercicio que les propuso el dramaturgo. “Marcelo te da material para que vayas elaborando tu trabajo”, arranca Andrea, directora de la obra. “La pauta era transgredir la ley de correspondencia de la Filosofía Hermética”, la pisa Laura, la autora. Y continúa: “Mi idea fue contrariar la ley de gravedad. Pensé en una Tierra saturada de agua, en donde llueve de abajo hacia arriba. No es algo que pase realmente, sino que es lo que una hija le construye a la madre para vengarse. A partir de esa escena, armé el resto del texto para atrás. Hasta que terminé sacando lo de la lluvia”, explica jocosa.

Así, lo primero que se ve sobre el escenario cuando la obra comienza fue lo último en surgir: una habitación de departamento con una ventana de persianas rotas, sostenidas por un secador de piso; dos reposeras kitsch rodeadas de revistas de moda y actualidad de la farándula; y, sentadas al poco sol que se cuela hacia dentro de ese reducto, Carolina madre y Carolina hija, charloteando tal como sus creadoras. Hasta que algo inesperado sucede: una carta, una declaración de amor, se desliza por debajo de la puerta. Claro, dirigida a Carolina... ¿Madre o hija? “Así como en el melodrama tradicional hay una cadena de coincidencias que trabaja como conductor de la historia, acá lo que aparece es una ilación de desencuentros”, explica Andrea.

–La obra pone en escena un vínculo de familia enraizado hasta la confusión de los roles de quienes lo integran. ¿En qué se basa?

L. C.: –La verdad que buscar el porqué de poner a una madre y una hija... No sé por qué, algo me debe haber pasado en esos días. Lo fui escribiendo con Andrea y con otras personas, y semana a semana le fui agregando escenas. No sé si tomé cosas concretas, pero sí creo que la relación con mi madre podría haber terminado así. Ese es mi fantasma: la posibilidad de haber terminado encerrada con mi mamá haciendo cosas inútiles.

A. C. A: –Trabajamos sobre cómo se borra el status madre–hija. De hecho, en la obra, entre ellas se llaman por su nombre. Es muy encantador quedarse con la madre, en el espacio seguro de la casa materna. Es un lugar al que uno vuelve siempre que está en problemas. Ojo, también puede ser otro espacio que tenga la misma calidad de contención, un espacio en el que se genere una fricción: por un lado, uno desearía poder quedarse, pero al mismo tiempo significa la muerte. Lo que más me interesa de la obra es ver cómo todo se empieza a descomponer por la presencia de un amor profundo que los personajes no pueden vehiculizar.

–¿Tomaron vivencias de la cotidianidad con sus madres para incluirlas en el texto?

A. C. A.: –Sí, hay cierta promiscuidad en la invasión de los espacios... Toda la primera parte en que la madre lee y le comenta todo lo que va leyendo eran imágenes de verano con mi madre en la playa. Eso me pasó muchas veces.

L. C.: –O que tu mamá te pregunte cosas y vos no tengas ganas de hablar, y ella insista con sacar un tema... ¡Uno quiere hablar pero con otro! Quizá sea lo arquetípico de la relación de una madre y una hija: quedarse en el regazo materno eternamente pero odiando esa situación al mismo tiempo.

A. C. A.: –Hay un grado de culpa por abandonar la familia. En mi caso, por ejemplo, toda la familia se dedica a la moda. Entonces tengo cierta culpa por abandonar el mandato familiar. Cuando empecé a vivir sola, siempre me preguntaba: “¿Qué estará haciendo mi madre ahora?”. Pero es la única manera de avanzar...

–A partir de la elaboración del guión, ¿cómo continuó el trabajo?

A. C. A: –Trabajo mucho con el acontecimiento que se produce entre el encuentro del texto, el autor, los actores y el director. En el momento del ensayo, hay algo que se produce en ese encuentro. Entonces, trabajé sobre improvisaciones, para no entrar directo al textual. La idea era ver cómo achicábamos la distancia entre el texto y los actores, cómo multiplicábamos el texto de Laura.

L. C.: –Es bastante extraño lo que pasó con esta puesta. Yo, siendo autora, no la dirigí, lo cual es muy raro en Buenos Aires. Ahora los dramaturgos dirigen sus textos. Está muy de moda el “yo”: yo escribo, yo dirijo, yo actúo.

A. C. A.: –La figura del dramaturgo adquirió mucha preponderancia... Es él quien monta todo su trabajo.

–¿Por qué?

L. C.: –Hay pocas ganas, poca motivación para tomar el texto de otro, lo que otro ha dicho. Estamos viviendo un momento muy autorreferencial, donde es difícil confrontar. Dar a dirigir lo que uno escribió o dirigir lo ajeno es confrontar. Y el traspaso que se abandona no solamente haría más rico al producto, sino que lo haría más humano. Si no es como Internet: me creo que estoy conectado con todo el mundo, pero en realidad estoy dando vueltas solo por el circuito de mi cerebro.

A. C. A.: –Cuando uno agarra el texto de otra persona, surgen dos conflictos. Uno, el de la obra en sí y, el otro, el que te genera en el encuentro con el cuerpo. Pero fue nuestro trabajo ver cómo nos acercábamos al manuscrito de manera orgánica.

Entrevista: Facundo Gari.
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Link:http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-13907-2009-05-17.html



lunes, 7 de septiembre de 2009

Las Carolinas en Noticias Urbanas

Daniel Gaguine
MUY BUENA.

Dos mujeres, madre e hija, están tomando sol. Dan la pauta de una vida vacía y frívola. Ambas se llaman igual: Carolina. Y esta simbiosis entre madre e hija, con las consabidas identidades, será el nudo en el cual esta comedia dramática giará. Porque si la hija quiere salir y la madre no la deja, el patetismo hace que surja una risa nerviosa ante una realidad no tan lejana gracias a la crianza de varios años hasta la fecha.
La crianza la culpa y el deseo de vivir se entremezclan para dar vida a una puesta sólida, que permite la sonrisa cómplice que incomoda más que la carcajada. El "nosotros" y el "afuera" ( lo desconocido, lo que puedo llegar a ver pero no aprehender), es otra de las patas de la obra, que cuenta con destacadas actuaciones. La escenografía y la iluminación son acordes a una puesta que logra el cometido de entretener y dejar pensando a un espectador que sentirá que puede descubrir la obra en varias facetas o quedarse con la comicidad de una puesta sólida y toalmente disfrutable.

miércoles, 8 de julio de 2009

Las Carolinas en Ruleta China

She's not me
POR CECILIA PERNA

¿Dónde estará el límite entre mamá y yo? Una vez me dijo mi psicóloga: “No te preocupes, las discusiones con tu mamá se van a terminar el día que vos tengas tu propio hijo, ahí van a entenderse”. Yo le contesté: “Eso siempre y cuando me toque un hijo y no una hija, porque si me nace nena lo único que va a pasar es que el problema va a correrse una generación para adelante”. No hubo contraargumento.

Efectivamente, las chicas caemos al mundo con el cartel de “no deseadas” pegado en la cabeza. Somos algo así como el spam de la humanidad. Y eso incluso a pesar del amor sincero y efectivo que nuestras madres sienten por nosotras. El cuerpo que, durante 9 meses, nos fabrica con cuidado, en la no conciencia de su secreto, pertenece ya a una mujer que sabe de antemano que nuestras relaciones de identidad van a traer conflictos: lo sabe porque fue igual con su madre y con la madre de su madre y con la madre de su madre de su madre, y así.

Ellas (las madres) saben que nuestra identidad como mujeres, ronda siempre la identidad pegote de mamá-con-hija (“y eso está mal”, “no tiene que ser”, “no se puede”). Lejos de cortarse en algún punto de la vida, esa identidad es un cordón inmenso que va atando el conflicto generación tras generación, pudiendo, por ejemplo, hacerlo caer todo junto y de golpe, en cualquier momento del día, desde los confines de la historia, hasta una tonta discusión telefónica.

La única cosa que puede cortar ese largo y antiguo cordón es la no reproducción, o la producción exclusiva de varones. Sí, una nena siempre acarrea la etiqueta de “no deseada”, en cambio los varones traen consigo filosas espadas al servicio del amor, ese amor que, en nuestra cultura, no puede ser pensado más que como corte. Y es esa la fantasía que se pide sostener a una mujer: la de la indiscutible necesidad de la llegada de un hombre, de un cuerpo diferente, de un otro, de un príncipe extranjero, un salvador. Alguien que venga con su espada y corte (como hijo, como padre, como amante, qué más da) el eterno cordón de los conflictos. Nuestros cuerpos de chica están mal cargados y entender el amor como corte es pensar siempre aún desde la ausencia, desde la falta, desde la muerte. A pesar de todo el esfuerzo filosófico, seguimos siendo arraigadamente metafísicos. Pero aún así vale preguntarse, ¿habrá acaso portador de una espada tan filosa que pueda cortar, junto con el conflicto antiguo, el poder de la generación que, cuerpo a cuerpo, se va pasando de madres a hijas?
Las Carolinas viven cual princesas en la torre, humilde y urbana, de su departamento. Esperan tomando el sol de la ventana. Comparten todo, hasta los nombres. Y esperan enjauladas en sus fantasías. Pero la Carolina joven está incómoda. Su incomodidad es el dato del conflicto antiguo, precedente a todo, incluso al conflicto tangible de la trama. “Yo no soy ella” piensa la Carolina joven “aunque ella tenga, incluso, mi nombre”. Lo piensa: no lo dice con palabras, pero está inscripto en su cuerpo. El conflicto tangible, sin embargo, no tarda en llegar y, por su puesto, tiene forma de hombre: un extranjero, alguien que viene de otra ciudad (una pequeña y chata) y que no es un caballero con espada, sino un trovador con charango. Lo que presenciamos a partir de entonces es la lucha de este trovador sin filos, por cortar el antiguo cordón de los conflictos.

Debajo de una aparente representación costumbrista -y algo absurda- del tedio urbano, Las Carolinas despliega secretamente la trama de los cuentos antiguos, esos que pueblan las fantasías de amor. Es una especie de Rapunzel en donde podemos, mal que nos pese, entender las profundas razones de la bruja, los deseos egoístas de la doncella y la desconcertada impotencia del enviado y salvador. Y así nos revela a nosotros mismos.

Es también una obra que, parece, nunca termina. Que puede empezar a impacientarnos en cierto punto pero que, también, de ese modo nos muestra cuán largo e interminable llega a hacerse este asunto. (...) El ritmo interno de la obra prepara varias veces nuestro cuerpo y expectativa para el clímax final pero, enseguida, vuelve a arrancar con una escena nueva cada vez… y entonces se hace necesario disponerse otra vez de cero, exponerse de nuevo a esa voz monocorde e inolvidable de la madre (tan logradamente lacerante), al gesto un poco duro y otro poco inocentón del amante, al tic desesperado, histérico de la hija. (...) Pero, en el fondo, nada de esto desentona con la obra, porque quizá las relaciones con las madres tengan también todos esos finales en falso, que nos preparan una y otra vez para un corte terminante que, igual que los príncipes, no llega nunca. En cuanto a mí, lo más cerca que siempre estoy de cortar con mi mamá es al teléfono, después de discutir por alguna pavada.

jueves, 18 de junio de 2009

Creo / Bloc de Notas 1

Creo que dirigir es invocar la presencia de un objeto que aún no conocemos pero intuimos.

Creo en el "estar", en pasar tiempo con el objeto desconocido para generar apropiación.

Creo en la Jam Session del ensayo para encontrar la clave armónica del objeto con sus posibles variaciones porque si hay jam hay afinidad temperamental de los intérpretes.

Creo en el viaje iniciático que propone el objeto para terminar encontrándonos con lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Creo todavía en la consigna del Living Theatre que leí a los 16 años en un libro robado "el actor no es un actor, es un creyente"

miércoles, 10 de junio de 2009

Reseña de María Pilar González

En escena hoy, diario digital de espectáculos.

Carolina madre, Carolina hija. La madre habla sin parar, la hija calla. La madre sigue hablando, y la hija desea estar sorda… o que su madre se quede muda. Dos mujeres que se atraen y se repelen, en una relación necesaria, difícil, agridulce. La obra reproduce -en tono de melodrama- la simbiótica relación de ambas, en la que un tercero en discordia puede hacer colapsar ese pulcro universo de la anodina rutina diaria.

Excelente el personaje de Maitina de Marco, cuyas expresiones, tonos de voz y formas de tratar a su hija -a la que nunca dejará de sobreproteger- tienen momentos de ácida comicidad. Miguel Olivera, por su parte, destaca por su capacidad de hacer tangible y corpórea esa incomodidad que se hace patente cuando una hija presenta a su novio ante la mirada cruel y escrutadora de la madre.

La ambientación se basa en pequeños elementos que mezclan lo kitsch con la tristeza producto de la soledad en que ambas viven: la persiana rota sostenida por un secador de piso, dos eternas reposeras ochentosas (esas de caño tapizadas en tela, generalmente con estampado floreado) y una multitud de revistas desparramadas por el piso sumergen al espectador en la cruda intimidad de dos mujeres vacías, a la espera de un príncipe azul que les cambie la vida. Aunque ese príncipe toque el charango y no tenga idea de lo que significa aquella frase en inglés de Elvis Presley que Carolina hija canturrea detrás de la puerta.


http://enescenahoy.com.ar/obras2009/las_carolinas/las_carolinas.htm

Las Carolinas en Puerta Roja. Fotos Cabeza Fresca





























miércoles, 3 de junio de 2009

Reseña de Agustina Gutierrez

La sensación de un globo a punto de estallar. De ésos que un niño (el de adentro) va inflando provocativamente, inevitablemente. Un globo rojo. Crudo banquete de una relación madre e hija (y prensa) "Las Carolinas" es un fiel retrato de las cotidianeidades de todos y de ninguno. Con la ironía, carne cortada a cuchillo, como eje central de la obra, de la mano de la particular escenografía, la cercanía al escenario y sobre todo el maravilloso perfume de ravioles con salsa, nos ubica en una intimidad escalofriante y casi grotesca, como polusión de un payaso en el circo.

Las actrices con el mal comienzo de una silla que se cae, y la concentración (como dijo Capote, "A sangre fría") del artista en su eje, irreprochables. El hombre luchando fervientemente con los nervios de estreno. Una segunda función no hubiera estado de más. Ni una tercera.


Muy buena, sí.


http://resenasdecineyvida.blogspot.com/2009/05/las-carolinas.html

miércoles, 20 de mayo de 2009

te regalo un graffiti que vi por ahi


para las carolinas especialmente
Vero Mc Loughlin
http://ciudadqueama.blogspot.com/

Gracias Vero!

Registro de Ensayos / Fotos: Cabeza Fresca


Las Carolinas en Revista Siamesa / Reseña de Ignacio Santillana


Las Carolinas están tiradas como las revistas que inundan la habitación: llenas de palabras, y por eso mismo se la pasan contándose anécdotas que ya escucharon mil veces de un tiempo en el que, tal vez, fueron felices. Madre e hija comparten el nombre, pero no sólo eso, comparten también una forma de existir en un mundo en decadencia, comparten sus soledades y compiten; sí, mamá compite con hija, mamá no soporta ver que su hija se puede ir en cualquier momento, rompiendo la armonía de las soledades acompañadas. Carolina Mamá tiene celos y por eso intenta sacarle hasta el novio, Esteban: un joven del interior que las enamora a las dos con una sutil mezcla de timidez y simpatía. Pero, ¿las enamora verdaderamente o sólo es la excusa que tienen ambas para salirse de esa realidad agobiante que ellas crean y sufren a la vez?


Lo que parecen buscar los tres personajes es estar acompañados, romper el statu quo que los somete a estar, sin poder ser.Y en el medio está el día a día: los tests de las revistas femeninas, las pésimas condiciones laborales, la casa deteriorada, la contención psicológica por teléfono, las películas de amor, los recuerdos de Carolina Mamá, la canción favorita de Carolina Hija que Esteban se aprende una vez que ella ya no está.


Las Carolinas nos convencen de que las relaciones familiares son, de todas las relaciones humanas posibles, por lejos las más complejas. Un entramado en donde los sentimientos llegan a estar mezclados hasta tal punto, que se hace imposible ver en dónde empezó todo, cuál fue el comienzo de la infelicidad, en qué momento se deja de ser madre e hija para convertirse en dos amigas envidiosas. Este tipo de interrogantes se plantean a lo largo de toda la obra que, además, cuenta con una puesta que excava en las profundidades del texto para extraer su sentido: ¿no son, acaso, las vidas de estos personajes una sucesión de puertas que se abren y se cierran?